La democracia representativa mexicana, esa que sólo nos da la posibilidad de premiar con fuero y canonjías a la clase política de cualquier color, no representa la voluntad de la mayoría. Democracia con candidatos elegidos por los partidos, no por los ciudadanos; que los representan a ellos y no a nosotros, no es democracia. Querernos obligar –diciendo que es nuestro derecho y responsabilidad- a darles nuestro voto, a otorgarles un SI ilimitado e incondicional equivale, esto sí, a darles un cheque en blanco. Y la experiencia nos dice que votar de este modo nos condena a aceptar sus decisiones, a pagar sus errores con la promesa de que, en las próximas elecciones sí harán lo que jamás han hecho.
El filósofo, humanista, defensor del respeto a las diferencias culturales, Doctor Honoris Causa por la UAM y activista social Luis Villoro llama al Voto Nulo: Voto Negativo y con él, afirma, “el ciudadano ejerce su derecho a votar, pero lo hace en repudio claro frente al sistema existente, a favor de la posibilidad de un cambio”. Si el Voto Negativo cuenta con un apoyo amplio, “sería testimonio de que gran parte de los ciudadanos están hartos del sistema de representación actual. Sería también una protesta contra la situación de división entre los que todo tienen y los que de todo carecen”, sería un golpe a la democracia representativa y abriría el camino a otro tipo de democracia: “la republicana (…) una democracia desde abajo, desde las comunidades organizadas.”
Nadie sabe a ciencia cierta la fuerza que puede tener, en 2009, el voto nulo o negativo; tampoco sabemos qué actitud tomarán los políticos frente a este repudio ciudadano. Sería prudente que, quienes están en contra de esta iniciativa, reconocieran que nació de forma espontánea entre grupos y ciudadanos heterogéneos y que son ellos, los políticos, quienes tendrían que asumir una actitud de autocrítica y actuar en consecuencia.
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